Trump. El comercio y los trabajadores

Donald Trump pronunció un discurso sobre política económica la semana pasada. Prácticamente, cada una de las aseveraciones fácticas que hizo estaba equivocada, pero no voy a hacer una crítica renglón por renglón. Lo que quiero hacer, más bien, es hablar del sentido general: que el candidato dice que está del lado de los trabajadores estadounidenses.

Claro que eso es lo que dicen todos. Sin embargo, la “trumpnomía” va más allá de las usuales aseveraciones republicanas de reducirles los impuestos a las corporaciones y a los ricos, de terminar con las regulaciones ambientales y así sucesivamente, pero eso no va a hacer que aparezca la magia del mercado y haga que todos sean prósperos. También implica hacerse pasar por populista, diciendo que ser duros con los extranjeros y rompiendo los tratados de comercio hará que retornen los empleos bien remunerados que se han perdido en Estados Unidos.

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Es una desviación aunque no tanto como se podría pensar; a la gente se le olvida que, en forma parecida, Mitt Romney amenazó con una guerra comercial con China durante su campaña del 2012. No obstante, fue interesante ver a un candidato presidencial republicano cotejar los nombres no solo de Bernie Sanders, sino también del Instituto de Política Económica, de inclinación izquierdista, que ha sido crítico de la globalización desde hace mucho.

Sin embargo, el Instituto no iba a tolerar eso: Lawrence Mishel, el director del centro de estudios, sacó una respuesta burlona a lo que llamó “el timo comercial de Trump”. Su punto era que aun si se cree, como él, que los tratados comerciales han dañado a los trabajadores estadounidenses, solo son parte de un conjunto mucho más amplio de políticas contra la fuerza laboral. Y, en todo lo demás, Donald Trump está totalmente en el lado equivocado de los problemas.

Sobre la globalización: no hay ninguna duda de que las importaciones en aumento, especialmente de China, han provocado una reducción en la cantidad de empleos estadounidenses en las manufacturas. En un ensayo, ampliamente citado, se estima que el ascenso de China provocó una reducción de alrededor de un millón de empleos estadounidenses en las manufacturas entre 1999 y el 2011. Mis propios cálculos aproximados indican que si se elimina completamente el déficit comercial de Estados Unidos en los bienes manufacturados, se podrían añadir unos dos millones de empleos en ese sector.

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Sin embargo, Estados Unidos es un lugar grande y el empleo total excede los 140 millones. Regresar a dos millones de trabajadores a ese sector haría que su parte de un 10 por ciento volviera a ser de, más o menos, 11.5 por ciento. Algo de perspectiva: en 1979, en vísperas del gran aumento en la desigualdad, las manufacturas representaban más de 20 por ciento del empleo. En los 1960, era más de 25 por ciento. No estoy seguro de cuándo, exactamente, es que Trump piensa que Estados Unidos era grandioso, pero, para nada, sería posible hacer que volvieran los viejos días con la “trumpnomía”.

En cualquier caso, la caída en el empleo manufacturero es solo un factor en el deterioro de la clase media. Como dice Mishel, ha habido “muchas otras políticas intencionales que han hecho bajar los salarios aun cuando han aumentado los ingresos más altos: golpizas a los sindicatos y el no haber aumentado el salario mínimo con la inflación, la austeridad, las desregulaciones financieras y la obsesión por los recortes fiscales.

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Y Trump cree completamente la ideología que ha impulsado a estas políticas que destruyen los salarios.

De hecho, aun cuando trató de pasar por populista, repitió las mismas falacias que se utilizan generalmente para justificar las políticas contra los trabajadores. Somos, declaró, “uno de los países que pagan impuestos más altos en el mundo”. De hecho, entre los 34 países avanzados, somos el número 31. Y, las regulaciones son “un impedimento todavía mayor” para nuestra competitividad que los impuestos: de hecho, tenemos muchísimas menos regulaciones que, por decir, Alemania, que maneja un gigantesco excedente comercial.

Como escribió Mishel: “si tiene tanto interés en ayudar a la gente trabajadora, ¿por qué, entonces, dirige la discusión de vuelta a la tradicional agenda corporativa de las reducciones fiscales para las corporaciones y los ricos?”. Creo que sabemos la respuesta.

Sin embargo, olvidemos las motivaciones de Trump. Lo que es importante es que los electores no confundan una forma de hablar ruda sobre el comercio con una agenda a favor de los trabajadores.

Sin importar lo que hagamos sobre el comercio, Estados Unidos va a ser una economía principalmente de servicios en un futuro previsible. Si queremos que sea un país de clase media, necesitamos políticas que den a los empleados del sector de los servicios los elementos imprescindibles de una vida de clase media. Esto significa seguro médico garantizado. El Obamacare dio seguro a 20 millones de estadounidenses, pero los republicanos quieren revocarlo, así como quitarles Medicaid a millones. Significa el derecho de los trabajadores a organizarse y negociar mejores salarios; a lo que se oponen todos los republicanos. Significa un apoyo adecuado de la Seguridad Social en el retiro, lo que los demócratas quieren expandir, pero los republicanos quieren reducir y privatizar.

¿Acaso Trump está a favor de alguna de estas cosas? No, hasta donde cualquiera sabe. Y debería estar de más decir que una agenda populista no será posible, si también estamos impulsando un plan fiscal al estilo Trump, con el cual se ofrecerían enormes recortes fiscales al uno por ciento de hasta arriba y se agregarían billones de dólares a la deuda nacional.

Lo siento pero agregar un poco de golpeteo contra China a una agenda que, fundamentalmente, está en contra de la fuerza de trabajo, no hace que se sea más un amigo de los trabajadores que el hecho de comerse un platón de tacos haga que se sea amigo de los latinos.

Paul Krugman
© 2016 New York Times News Service