Trump da un regalo a los chinos: la oportunidad de asumir el liderazgo mundial

WASHINGTON ⎯ El presidente Donald Trump se las ha ingeniado para convertir al Estados Unidos Primero en el Estados Unidos Aislado.

Al retirarse del acuerdo sobre el clima de París, Trump ha creado un vacío de liderazgo mundial que presenta oportunidades ideales para que aliados y adversarios por igual reordenen la estructura del poder en el mundo. Su decisión es quizá el mayor regalo estratégico a los chinos, quienes están ansiosos de llenar el vacío que Washington está dejando en el mundo en todos los aspectos, desde establecer las reglas del comercio y los estándares ambientales hasta financiar proyectos de infraestructura que den a Pekín una enorme influencia.

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Las declaraciones de Trump en el Jardín de las Rosas el jueves también fueron una retirada del liderazgo en el único tema, el cambio climático, que unificaba a los aliados europeos de Estados Unidos, su creciente competidor como superpotencia en el Pacífico e incluso a algunos de sus adversarios, entre ellos Irán. Lo hizo por encima de las objeciones de gran parte de la comunidad empresarial de Estados Unidos y su secretario de Estado, Rex W. Tillerson, quien acogió el acuerdo de París cuando dirigía Exxon Mobil, menos por un sentimiento de responsabilidad moral y más como parte del nuevo precio de hacer negocios en el mundo.

Mientras Trump anunciaba su decisión, los objetivos del acuerdo de París eran conspicuamente reafirmados por amigos y rivales por igual, incluidas las naciones donde tendría más impacto, como China e India, así como los principales Estados de la Unión Europea y Rusia.

El anuncio ocurrió solo días después de que Trump rehusó ofrecer a sus aliados de la OTAN una reafirmación vigorosa del compromiso de Estados Unidos con su seguridad, y unos cuantos meses después de que abandonó un acuerdo comercial, el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés), que fue diseñado para poner a Estados Unidos en el centro de un grupo comercial que competiría con ⎯ y, argumentan algunos, contendría ⎯ el poderío económico en rápido crecimiento de China.

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“La ironía aquí es que a la gente le preocupaba que Trump interviniera e hiciera al mundo seguro para la intromisión rusa”, dijo Richard N. Haass, el presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores, quien fue brevemente considerado, luego rechazado, para un puesto elevado en el nuevo gobierno. “Aún pudiera hacerlo”, añadió Haass, “pero ciertamente ha hecho al mundo más seguro para la influencia china”.

El presidente y sus defensores argumentan que esas opiniones las sostiene un grupo elitista de globalistas que ha perdido de vista el elemento esencial del poder estadounidense: el crecimiento económico. Trump presentó ese argumento explícitamente en el Jardín de las Rosas con su afirmación de que el acuerdo de París representaba nada más que “una enorme redistribución de la riqueza de Estados Unidos a otros países”.

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En resumen, puso de cabeza el concepto del acuerdo. Mientras que el presidente Barack Obama argumentaba que el Fondo Verde para el Clima de la ONU ⎯ una institución financiera para ayudar a las naciones más pobres a combatir los efectos del cambio climático ⎯ beneficiaría al mundo, Trump argumentó que las donaciones estadounidenses al fondo, las cuales suspendió, arruinarían al país.

“Nuestro retiro del acuerdo representa una reafirmación de la soberanía de Estados Unidos”, dijo Trump.

Eso, en suma, encapsula cómo la visión de Trump de preservar el poderío estadounidense difiere de la de todos sus predecesores, desde el presidente Harry S. Truman. Sus propuestos recortes a las contribuciones a Naciones Unidas y a la ayuda exterior estadounidense se basan en la suposición de que solo cuentan el poderío económico y militar. El “poderío blando” ⎯ inversiones en alianzas y proyectos mundiales más amplios ⎯, en su opinión, está diseñado para drenar la influencia, no incrementarla, evidente en el hecho de que no incluyó al Departamento de Estado entre las agencias que son esenciales para la seguridad nacional y, por tanto, requieren de aumentos de presupuesto.

Tomará años determinar los efectos a largo plazo de su decisión de abandonar el acuerdo de París, para el medio ambiente y para el orden mundial. No pondrá fin a alianzas: Europa difícilmente está a punto de acoger a una Rusia quebrada y corrupta, y los vecinos de China se sienten simultáneamente atraídos por su enorme riqueza y repelidos por sus ambiciones egoístas.

Pero Trump ha reforzado los argumentos de los líderes en todo el mundo de que es tiempo de reequilibrar sus carteras efectivamente vendiendo parte de sus acciones en Washington. La Canciller de Alemania, Ángela Merkel, ya ha anunciado su plan de compensar sus apuestas, declarando el pasado fin de semana después de reunirse con Trump que se había dado cuenta de que “los tiempos en que podíamos depender completamente de otros, en cierta medida, han terminado”.

Eso quizá sea temporal: sigue siendo posible que el anuncio de Trump del jueves represente una incidencia pasajera en la historia, un retiro que toma tanto tiempo ⎯ cuatro años ⎯ que pudiera ser revertido después de la siguiente elección presidencial. Pero, por ahora, deja a Estados Unidos declarando que está mejor fuera del acuerdo que dentro, una posición que, además de Estados Unidos, hasta ahora solo ha sido asumida por Siria y Nicaragua. (Siria no firmó porque está inmerso en una guerra civil, Nicaragua porque cree que las naciones más ricas del mundo no sacrificaban lo suficiente.)

Pero es el relativo equilibrio del poder con China lo que absorbe a cualquiera que estudie la danza de las grandes potencias. Incluso antes del anuncio de Trump, el presidente Xi Jinping había descubierto cómo adoptar la retórica, si no la sustancia, del liderazgo mundial.

Xi no es partidario del libre comercio, y su nación ha superado a Estados Unidos como el mayor emisor de carbono en un factor de dos. Solo hace tres años, fue un acuerdo entre Obama y Xi lo que preparó los cimientos para lo que se convirtió en el acuerdo de París más amplio.

Sin embargo, durante meses, el presidente chino ha estado saliendo al quite, incluso pronunciando discursos en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, que hacían sonar como si China sola estuviera dispuesta a adoptar el papel de regulador mundial que Washington ha ocupado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

“Lo que el acuerdo de París representaba, en un mundo fracturado, era finalmente algo de consenso internacional, encabezado por dos grandes contaminadores, China y Estados Unidos, sobre un curso de acción común”, dijo Graham T. Allison, autor de un nuevo libro “Destined For War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?”

“Lo que uno esperaría que hiciéramos sería sostener nuestra posición manteniendo nuestra relación más importante en todo el mundo y abordando lo que los ciudadanos de nuestros aliados consideran los problemas más importantes: el crecimiento económico y un ambiente que sustente a sus hijos y nietos”, añadió. “En vez de ello, estamos abandonando el campo”.

Ese sentimiento fue evidente el jueves en Berlín. Pocas horas antes de que Trump hablara, el primer ministro chino, Li Keqiang, se paró al lado de Merkel, y usó palabras cuidadosas mientras describía a China como un defensor del acuerdo. China creía que combatir el cambio climático era una “responsabilidad internacional”, dijo Li, el tipo de declaración que los diplomáticos estadounidenses han hecho durante años cuando argumentan a favor de combatir el terrorismo o la proliferación nuclear o el hambre.

China ha visto desde hace tiempo la posibilidad de una asociación con Europa como una estrategia equilibradora contra Estados Unidos. Ahora, como Trump está cuestionando la base de la OTAN, los chinos esperan que su asociación con Europa sobre el acuerdo climático permita que la relación fructifique más rápidamente de lo que imaginaba su estrategia grandiosa.

Naturalmente, los chinos están usando la mayor arma de su arsenal: el dinero. Su plan, conocido como “Un cinturón, una ruta”, está destinado a comprar influencia para China desde Etiopía hasta Gran Bretaña, desde Malasia hasta Hungría, de paso remodelando el orden económico mundial.

Xi anunció la amplia iniciativa el mes pasado, proyectando gastar un billón de dólares en enormes proyectos de infraestructura en toda África, Asia y Europa. Es un plan que se hace eco del Plan Marshall y otros esfuerzos estadounidenses en ayuda e inversión, pero a una escala con pocos precedentes en la historia moderna. Y el subtexto claro es que es hora de lanzar por la borda las reglas de las envejecidas instituciones internacionales dominadas por Estados Unidos, y llevar a cabo el comercio en los términos de China.

DAVID E. SANGER Y JANE PERLEZ
© 2017 New York Times News Service