¡Trump se hace más Trump!

¿Acaso alguien más tiene la sensación de que Donald Trump perdió la noción de la realidad? Sus discursos siempre han tenido una cualidad inconexa, de libre asociación, pero, como lo expresó el consultor político republicano Mike Murphy, un par de los recientes han pasado de la categoría de diatriba a la de “brindis de un borracho en una boda”. El estilo verbal de Trump siempre ha sido distintivo. Realmente no habla con oraciones o párrafos. A sus discursos los cortan pullas de cinco o seis palabras que parecen hilvanadas con conexiones que solo se pueden comprender con la teoría del caos: “Ellos quieren el muro”, “Yo dominé con los evangélicos”, “Gané con triunfo aplastante”, “Ya no podemos ser un pueblo estúpido”. Ocasionalmente, Trump intentará una oración de más de ocho palabras, pero, sin importar cuál sea el tema con el que empiece, para el final, ya se fue al tema de sí mismo. Este es un ejemplo del discurso para anunciar a Mike Pence: “Así es que una de las principales razones por las que escogí a Mike fue que examiné a Indiana, y gané a lo grande en Indiana”. Hay una especie de jalón gravitacional narcisista que toma el mando cada vez que intenta emitir una idea compleja. También, a Trump siempre lo ha impulsado un poco el orgullo herido. Por ejemplo, al escribir en BuzzFeed, McKay Coppins recuerda la descarga de maltrato que recibió de Trump tras haber escrito un perfil poco halagador (dijo que el Mar-a-Lago era “un hotel agradable, pero algo anticuado). Trump estaba tan enojado que, en represalia, le tuiteó a Coppins varias veces al día y a horas extrañas, diciéndole que era “un cerdo deshonesto” y “una verdadera basura sin ninguna credibilidad”. De forma extraordinaria, los ataques prosiguieron por más de dos años, con lo cual, Coppins debe estar entre los primeros 100,000 de la lista de personas con las que está resentido Trump. En las últimas semanas, estos antiguos patrones de Trump se han acelerado a la velocidad de la luz. Se trata de un momento único en la historia política estadounidense en el cual la estabilidad mental de uno de los candidatos de un partido importante es el tema dominante en las conversaciones. Todos le dicen a Trump que le baje y sea más sobrio, pero, en un mitin cerca de Cincinnati este mes y en el discurso cuando anunció a Pence el sábado, Trump lanzó su cohete verbal derecho hasta la estratosfera y aterrizó en alguna parte del lado oscuro del planeta Debbie. El anuncio de Pence fue, verdaderamente, el destape vicepresidencial más extraño en la historia política reciente. Rebotando alrededor de las tierras inexploradas verbales durante más del doble del tiempo que el hombre al que estaba presentando, Trump hasta se negó a seguir en el escenario y mirar con admiración mientras Pence lo halagaba. Fue como observar a un tipo perder interés en una boda cuando llega la novia. La estructura de su deambulación mental también parece haber cambiado. Antes, como dije, sus discursos tenían una cualidad casual, de forma libre. Sin embargo, el sábado sus observaciones tenían un hilo conductor marcado, anclado en los puntos de discusión que había preparado su equipo de campaña en pedazos de papel. Sin embargo, Trump no podía mantener centrada la atención en este hilo conductor _ ya que el tema era alguien más _, así es que cada 30 segundos, más o menos, disparaba un bucle de alarde, lleno de resentimiento. Si se tuviera que hacer un bosquejo aproximado de las observaciones de Trump, sería algo como esto: Pence “yo tenía razón sobre Irak”; “Pence, Hillary Clinton es una mentirosa deshonesta”, “Yo tenía razón sobre la ‘brexit’”, “Los anuncios de Hillary Clinton están llenos de mentiras”, “Vamos a hacer que retorne la industrial del cabrón”, “Los cristianos me aman”, “Pence, yo hablo con los estadísticos”, “Pence es bien parecido A mi hotel en Washington realmente le está yendo fantásticamente, Pence”. Donald Trump está en su momento de mayor triunfo, pero parece estar más resentido y asediado que nunca. La mayoría de las convenciones políticas son coronaciones felices, pero ésta puede llegar a sentirse como el Alamo de los contraataques agraviados. Es difícil saber exactamente qué está pasando por ese cerebro, pero la ciencia da una pista. Los psicólogos se preguntan si los narcisistas se definen por una autoestima extremadamente alta o por una extremadamente baja que tratan de enmascarar. El consenso actual parece ser que están marcados por una autoestima inestable. La confianza en sí mismos puede ser tanto alta como frágil, así es que perciben amenazas al ego por todas partes. Quizá, a medida que Trump se ha vuelto más exitoso, su estimación del tipo de adoración que merece se ha incrementado mientras que las críticas externas se han hecho más pronunciadas. Esta combinación está destinada a hacer que sus sensores de amenaza contra el ego estén permanentemente encendidos. Así es que aun si al Candidato Trump se le dice que exprese un punto político normal, el Niño Interior Trump se apodera del micrófono para otra ronda de alardes resentidos. Repentinamente, el clima mundial favorece una candidatura de Trump. Algunas formas de desorden _ como la crisis financiera _ mandan a los electores a buscar al pensador apacible y flexible. Sin embargo, otras formas de desórdenes _ sangre en las calles _ los mandan apresuradamente por el hombre fuerte y brutal. Si continúa la serie de acontecimientos espeluznantes, Trump podría ganar la presidencia. Y podría ganarla aun cuando tiene cada vez menos control sobre sí mismo.