Turquía libra una guerra contra los ‘enemigos’ en los negocios

LONDRES Akin Ipek, uno de los hombres más ricos de Turquía, se estaba hospedando en el Park Tower Hotel en Londres cuando la policía hizo un registro en su cadena televisiva en Estambul. La incursión fue noticia nacional, así que Ipek abrió su laptop y vio un espectáculo inquietante: un ataque a su imperio multimillonario, en tiempo real.

Fue un momento decisivo extrañamente cinemático. A través de una combinación de gritos y persuasión, el editor de noticias de la cadena convenció a los agentes de que debían salir, luego se encerró en la sala de control en el sótano con un equipo de filmación. Durante las siguientes siete horas y media, hasta que la policía regresó, el editor de noticias habló en cámara y recibió llamadas en su iPhone. Una fue de Ipek, quien denunció la acción del gobierno como ilegal.

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“Me sentí consternado y enojado”, dijo Ipek en una entrevista reciente en Londres. “Pero pensé que se irían en un par de días. No tenían razón para quedarse”.

En realidad, el gobierno nunca se fue, y los acontecimientos fueron el inicio de un cataclismo personal para Ipek. Su estación, Bugun TV, salió del aire unas horas después de esa llamada telefónica, el 28 d octubre de 2015. Todo su conglomerado de 22 empresas, Koza Ipek, es ahora propiedad y operado por el Estado.

El episodio resultó ser un ensayo de una serie nacional de confiscaciones que empezaron poco después de un fallido intento por derrocar al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan el 15 de julio de 2016. Desde entonces, más de 950 empresas han sido expropiadas, todas ellas vinculadas supuestamente vinculadas con Fethullah Gulen, el clérigo musulmán de quien líderes turcos dicen que fue el autor intelectual del golpe.

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El gobierno se ha apropiado de activos corporativos con valor de unos 11,000 millones de dólares desde pequeñas cadenas de baklava hasta grandes conglomerados cotizados en bolsa , una confiscación sistemática con pocos precedentes en la historia económica moderna. Varios miles de ejecutivos despojados han huido al extranjero. Los menos afortunados fueron encarcelados.

Poco después de la incursión policiaca, se emitió una orden de aprehensión contra Ipek, declarando que lavó enormes sumas para lo que funcionarios llaman la Operación Terrorista Fethullah. Sus activos fueron congelados y han sido confiscados gradualmente, a partir del año pasado con sus autos de lujo y terminando con todas sus propiedades inmobiliarias y cuentas bancarias. Los fiscales anunciaron en junio que buscarían una sentencia de cárcel de 77 años para Ipek, aunque él no tiene planes de regresar a Turquía.

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Asentado n Londres, Ipek pasa sus días tratando de limpiar su nombre y de algún modo recuperar su vida. Dice que no respalda financieramente a Gulen ni es beneficiaron de los favores de sus seguidores. Y, dice, no huyó de Turquía con miles de millones de dólares, como ha denunciado el gobierno. Dice que su valor neto actual es de menos de 10 millones de dólares.

“No he cometido un solo delito en mi vida, ni una infracción de tráfico”, dijo enojado, durante horas de entrevistas.

De 53 años de edad y en buen estado físico, Ipek habla un inglés aprendido, en parte, como estudiante universitario en Gran Bretaña. Cinturón negro en taekwondo y anteriormente adicto al ejercicio, ha renunciado a las sesiones de acondicionamiento físico desde que se mudó a Londres y tiene el hábito de fumar una cajetilla de cigarrillos al día. Se afeitó el bigote que usó por mucho tiempo en Turquía, un acto de matices políticos dado que los bigotes son de rigor en el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan, conocido por su sigla AKP en Turquía.

“Me copiaron”, dijo de los miembros con bigote del AKP. “Después de que vieron mi bigote, se pusieron celosos y empezaron a dejarse crecer el suyo”.

Hizo una pausa un momento, sonrió, y añadió: “Es un chiste”.

En cierto nivel, no lo es. Ipek tiene un ego lo bastante saludable para creer que pudiera ser un establecedor de tendencias en cuanto al vello facial. Describió un hotel de lujo que construyó como “el mejor hotel del mundo”, y el petróleo que descubrió en una provincia sudoriental como “el mejor petróleo en Turquía”.

“Soy una persona excepcional”, dijo de manera casual.

Hay una narrativa contraria sobre la vida de Ipek que ofrecen personas que lo conocieron o siguieron su carrera. Empieza con una ironía: el ascenso de Ipek fue hecho posible por la elección en 2003 para el cargo de primer ministro del hombre que se convertiría en su enemigo, Erdogan.

Hasta entonces, Turquía había sido controlada durante décadas por una élite laica respaldada por los militares, conocidos colectivamente como kemalistas. De pronto, un musulmán conservador era el primer ministro, y necesitaba reemplazar a los kemalistas con burócratas, jueces y agentes policiales leales al nuevo gobierno.

Erdogan forjó una alianza con Gulen, entonces considerado no un rival sino un musulmán conservador con acólitos altamente educados. Los gulenistas empezaron lentamente a ocupar puestos en el gobierno.

Los hombres de negocios con buenas relaciones con el entente Erdogan-Gulen fueron marcados para la grandeza. Turquía estaba entrando en su era expansionista, y aquellos con las conexiones correctas prosperaron.

Estar asociado con Gulen eventualmente se volvió un lastre tóxico. Para 2009, Erdogan empezó a sospechar que Gulen quería regresar y dirigir el país.

Por supuesto, aun cuando Ipek fuera uno de los más fieles creyentes de Gulen, apoderarse de empresas con escaso debido proceso parecería violar las normas legales de la mayoría de los países. Muchos dentro y fuera de Turquía creen que Erdogan ha aprovechado el fallido golpe de estado como un pretexto para ampliar su poder, metiendo a gente en prisión o destituyéndolos de puestos por pecados tan menores como mantener dinero en un banco conectado con Gulen. Más de 130,000 personas han sido suspendidas o destituidas en el último año.

Ipek quizá simplemente haya experimentado la ira del presidente antes que todos los demás. Durante su última reunión frente a frente, en 2012, Erdogan echó humo mientras leía en voz alta cada palabra de una columna en Bugun, el periódico de Ipek, que consideraba objetable.

“Ya no fue razonable”, dijo Ipek. “Le dije: ‘Considéreme su hermano menor y déjeme decirle algunas verdades. Necesita ver toda la pared, no concentrarse en un ladrillo. Pediré a mis columnistas que sean un poco más corteses, pero queremos que la gente tenga libertad de expresar su opinión. Les prometimos una prensa libre”.

Ipek debe haberse dado cuenta de que su futuro en Turquía no era seguro. A fines de 2014, empezó el proceso para reubicarse en Londres, formando un consorcio aquí llamado Ipek Investments que controlaría todos sus activos.

La influencia que el gobierno tiene ahora sobre Ipek incluye a su hermano menor, Tekin, quien fue encarcelado hace dos años sin juicio. Akin Ipek ha ofrecido volar a Turquía y tomar el lugar de su hermano si el gobierno lo libera. Venga a Turquía y hablaremos, ha respondido el gobierno, según dice Ipek. Es una propuesta que ha rechazado, porque supone que el gobierno simplemente los encarcelará a ambos.

“Los he visto hacerlo antes”, dijo.

David Segal
© 2017 New York Times News Service