Una Casa Blanca convertida en cueva de bandidos

Se visten bien y probablemente también huelan bien; muchos de ellos ni siquiera desordenan los muebles. La riqueza les da una pátina de respetabilidad: el reflejo de deferencia ante los ricos en Estados Unidos. Pero no se equivoquen: la familia Trump y sus diversos paniaguados están aprovechando el puesto más alto del país para forrarse los bolsillos.

La indecencia presidencial implica de todo, desde usar dineros públicos para promover y enriquecer las propiedades de Trump hasta maniobras que les permiten a las empresas comprar influencia en muchos niveles. En su núcleo hay una operación nepotista que pone a los intereses de la familia por encima de los del país.

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La presidencia de Donald Trump podría parecer un teatro de incompetencias: una armada que avanza en sentido contrario, el presidente olvida qué país bombardeó pero recuerda hasta el último detalle del pastel que hubo de postre, las grandes promesas de campaña rotas con un gesto de indiferencia.

Si hay algo que Trump logró en sus primeros cien días es asegurarse de que su familia pueda aprovechar el vasto alcance del gobierno federal para sus ganancias personales. ¡Por dios! Ellos ven una oportunidad y la aprovechan.

Así, Ivanka Trump obtuvo lucrativas marcas comerciales chinas para su línea de ropa el mismo día que cenó con el presidente de China. ¿Hubiera logrado ese acuerdo si su padre no hubiera estado a punto de romper la promesa de declarar a China manipuladora de divisas? ¿Por qué la prohibición de entrar en suelo estadounidense no se extendió a los países musulmanes donde la familia tiene amplios vínculos de negocios? ¿Y por qué Trump felicitó al tirano turco por haber consolidado su poder dictatorial?

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Esta última pregunta, por lo menos, la respondió el mismo Trump. “Tengo un pequeño conflicto de interés pues tengo un importante edificio en Estambul”, afirmó en 2015. Decir conflicto de interés es quedarse corto al hablar de una cosa como esta. Llamémosla como lo que es: corrupción. Y podría implicar violaciones por las que podría ser impugnado.

Como la Casa Blanca es un negocio con las cortinas echadas –el registro de visitantes ya no se hace público, las declaraciones de impuestos son un oscuro secreto– ya no podemos saber en qué medida el clan Trump está haciendo política exterior para favorecer sus intereses. La familia está profundamente metida en China, las Filipinas y Turquía, por nombrar solo unos cuantos “conflictos”.

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Y Jared Kushner, que tiene una cartera diplomática de largo alcance, es también uno de los beneficiarios de numerosos negocios respaldados por socios extranjeros anónimos, como informó esta semana mi colega Jesse Drucker.

Ahora está clara la razón de que –desafiando todas las normas éticas del cargo– Trump se haya negado a deshacerse de sus intereses comerciales: las palancas del poder ejecutivo están al servicio directo de Trump Inc.

Haberles entregado la administración a sus hijos es una farsa, un engaño como es de esperarse de alguien que llevó a la bancarrota el casino que manejaba, que estafó a plomeros y carpinteros y que defraudó a miles de personas con una “universidad” de pacotilla.

Trump gana dinero cada vez que un diplomático extranjero o un industrial que busca favores pasa la noche en uno de sus hoteles o alquila un departamento en alguno de sus edificios. Encima de eso, los traficantes de influencias le pagan a través de su campaña. En los primeros tres meses de la presidencia de Trump, su campaña para 2020 gastó casi medio millón de dólares en hoteles, clubs de golf y restaurantes propiedad de la familia Trump.

Trump ciertamente sabe todo lo que está ocurriendo. Después de prometer que no hablaría de negocios con su padre, Eric Admitió que sí discutía “los resultados, los reportes de rentabilidad y cosas como esas” con su papi.

Y también dijo: “El nepotismo es un factor de la vida.” Bueno, sí, en la vida de las cleptocracias, las dictaduras y las monarquías. Pero por muchos años, Estados Unidos se esforzó por eliminar el nepotismo en regímenes atrasados. Ahora es el modelo a seguir de charlatanes retrasados.

Ya es bastante malo que los contribuyentes canalicen dinero a los Trump cuando el presidente lleva a su entorno a su lucrativo club en Florida, el Mar-a-Lago. Pero, ¿qué hay del artículo promocional de Mar-a-Lago por el que usted y yo pagamos en un sitio Web oficial del gobierno?

El mismo gobierno que quiere retirarles los fondos públicos a las artes usó dinero público para informar sobre el exquisito buen gusto de Trump en su propiedad privada. Esa nota ya fue retirada del sitio Web.

Esta semana, Trump propuso una enorme rebaja de impuestos para sí mismo y el negocio que poseen él y su familia. Conforme a su plan, él habría ahorrado 31 millones de dólares en el año del que tenemos su declaración de impuestos parcial. Y al mismo tiempo quiere eliminar las becas universitarias para los pobres y cortar el financiamiento para la investigación de cáncer.

Sus allegados siguen las indicaciones de arriba. Michael Flynn, el mismo que dirigía los cantos de “¡Enciérrenla!” contra Hillary Clinton en los actos de campaña, violó la ley al no revelar las grandes sumas que recibió de gobiernos extranjeros. Y Kellyanne Conway violó la regla de que los funcionarios públicos no deben promover negocios privados cuando invitó a comprar la línea de productos de Ivanka.

Muchos de estos asuntos se resolverán en juicios y quizá con la impugnación. Mientras tanto, Trump sigue envileciendo el cargo. Él pasó cuatro horas con Sarah Palin y Ted Nugent, un músico sin talento que llamó “mestizo subhumano” al presidente Obama. Los invitados de Trump posaron, con aire de matones, frente a un retrato de Hillary Clinton en la Casa Blanca. Una imagen adecuada para un anfitrión que ha convertido la casa de Lincoln y Roosevelt en una cueva de bandidos.

TIMOTHY EGAN
© The New York Times 2017