Una creciente reputación para el vino, se enclava en medio de la republica checa

VALTICE, República Checa _ Hace una docena de años, Mike Mazey estaba produciendo vinos en su nativa Australia cuando recibió una inesperada oferta de empleo de Europa: Venga a la República Checa y enséñenos su oficio.

Intrigado, Mazey _ cuyo contrato como vinatero para Ausvin, un productor australiano, estaba a punto de expirar _ partió para Moravia Meridional, la principal región productora de vinos de la República Checa. Nunca había oído de Moravia, ni de algunas de las variedades de uva con las que estaría trabajando, pero se enamoró de inmediato de su nueva casa.

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“Moravia tiene algunos de los viñedos más espectaculares que haya visto jamás”, dijo. Se sumaron a la atracción para él las centenarias bodegas de vino debajo de localidades como Valtice y su vecina, Lednice, y variedades de uva como la palava y la irsay oliver que se encuentran predominantemente en Moravia Meridional. “Una experiencia inolvidable”, dijo.

En el corazón de la industria vinícola de Moravia está Valtice, una pequeña localidad en la frontera checo-austriaca, donde Mazey, quien vive en Brno, a unos 64 kilómetros de distancia, va de visita regularmente para ofrecer clases de inglés a vinicultores locales y formar parte del jurado de una competencia de vinos.

Dominado por un asombroso palacio barroco, y rodeado por colinas cubiertas con viñedos cuidadosamente arreglados, Valtice fue considerada por mucho tiempo una localidad fronteriza durmiente. Bajo el régimen comunista, muchas de las personas que pasaban por ahí eran checos que esperaban cruzar por entre la barrera de la Cortina de Hierro y buscar una vida mejor en Occidente.

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Hoy, Valtice es un imán para los turistas atraídos por los vinos de la región, así como por albergues de caza en las colinas circundantes, que están atravesados por numerosos senderos para bicicletas. Durante el verano, la ciudad se vuelve un bullicioso centro de actividad _ con ferias de arte, festivales musicales y las catas de vinos _, lo que hace difícil encontrar alojamiento.

En una reciente tarde de verano, un grupo de ciclistas estaba formado en una caseta de ventas para comprar los vinos blancos de cuerpo ligero que hacen famosa a la región, protegidos del candente sol bajo una pérgola cercana cubierta con vides.

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Valtice fue dominada alguna vez por la principesca Casa de Liechtenstein, que adquirió los terrenos aquí en el siglo XIV.

Durante el siglo XIX, la familia Liechtenstein desarrolló el área entre Valtice y Lednice como un paisaje creado de lagos, callejones de nogales y albergues de caza que ahora es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

También eran grandes entusiastas del vino y coleccionistas, manteniendo sus mejores cosechas en una red siempre creciente de bodegas que siguen en uso actualmente.

La presencia de los Liechtenstein en Valtice terminó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron forzados a dejar Checoslovaquia, y todas sus propiedades fueron transferidas al Estado.

Como todos los demás negocios en la nación comunista, los vinicultores en Moravia también fueron forzados a entregar sus negocios al Estado. Los viñedos fueron nacionalizados y convertidos en enormes granjas diseñadas para cosechas más fáciles y más automatizadas. El sistema favoreció la cantidad por encima de la calidad, con variedades de uvas que prometían cosechas más grandes desplazando a las que necesitaban más atención.

“Los comunistas, consciente e inconscientemente, no eran grandes fanáticos de los vinos”, dijo Petr Ocenasek, un vinicultor de la región. Él tiene un teoría para ello: “Si 10 camaradas probaban un vino, se tenían 10 opiniones diferentes. Eso contrastaba marcadamente con su ideología que apela a la uniformidad en todas las áreas”.

Se creó una oficina de vitivinicultura dirigida por el Estado para operar cooperativas que producían la mayor parte del vino en Checoslovaquia, que restaurantes y bares debían comprar. Los vinicultores que trabajaban en las granjas podían quedarse una fracción de las uvas que cultivaban para su consumo personal, y los vinos que producían habitualmente aparecían solo en el mercado negro.

Siglos de conocimiento sobre la vitivinicultura en Moravia casi se evaporaron.

“Casi se perdió el sentido del terroir”, dijo Mazey, refiriéndose a la influencia del lugar sobre una uva. “Si uno quería un vino realmente bueno, era mejor conocer al vinicultor y hacerse amigo de él, ya que conservaban el vino de las mejores partes de los viñedos para sí mismos”.

Gradualmente, con la privatización, los productores de vino checos empezaron a recuperar los terrenos que habían perdido bajo el régimen comunista. Las enormes cooperativas fueron desintegradas y entregadas a vinicultores dedicados. Llegaron los métodos ya comunes en Occidente, como el uso de tanques de acero inoxidable y la fermentación controlada por la temperatura. Los productores redescubrieron el concepto del terroir.

Ahora, los vinos checos están empezando a ser notados en las competencias internacionales. En 2010, un Chateau Valtice Gruner Veltliner 2009 recibió una doble medalla de oro en la Competencia Vinícola Internacional de San Francisco.

“Desde que llegué, he visto a los vinicultores checos hacer enormes avances; están dispuestos a hacer mucho sacrificio en cantidad para obtener una calidad más alta”, dijo Mazey.

Marek y David Stastny crecieron a la sombra del Chateau Valtice, jugando en los terrenos y, posteriormente, como vinicultores, desarrollaron una admiración por los métodos de la familia Liechtenstein. Hoy, la familia Stastny es dueña de la bodega Chateau Valtice, cuyas bodegas de almacenamiento son un destino popular entre los turistas.

Un corredor con arcos al lado de la entrada principal del chateau exhibe una prensa de vino de madera de 1806 y conduce a una de las bodegas de almacenamiento más antiguas en la República Checa, construida en 1430 y aún en uso. No lejos de ahí, al otro lado de una amplia plaza central dominada por una fuente del siglo XVI construida por los Liechtenstein, está una extensión de las bodegas construida en 1640.

La familia Stastny ha estado en la industria del vino desde que Antonin Stastny, el padre de David y Marek, que había estado trabajando para la cooperativa de Valtice desde 1966, la privatizó en los años posteriores a la caída del gobierno comunista. En una tarde reciente, los hermanos Stastny mostraron tesoros en la caverna subterránea, señalando barricas _ ya no en uso _ que tienen cientos de años de antigüedad.

El negocio de los Stastny produce alrededor de tres millones de litros de vino anualmente, lo que le hace el segundo vinicultor más grande de Moravia. La mayoría de las uvas usadas son variedades locales como gruner veltliner o riesling. La bodega también ha importado una uva chardonnay, y siempre está buscando otras que puedan prosperar en el clima frío de Moravia.

“Queremos usar tantas variedades de uvas como sea posible; es mucho más divertido para nosotros, los vinicultores, y los consumidores que se apegan a unas cuantas tradicionales”, dijo David Stastny.

Pese a una creciente reputación, los vinos checos siguen siendo en gran medida desconocidos para los consumidores en el extranjero. Una razón es que la mayoría de los vinos que se producen se venden dentro de la República Checa, conformando más del 40 por ciento del mercado interno. Solo una fracción se exporta, principalmente a la vecina Eslovaquia, que se separó de la República Checa en1993.

“Es económicamente más ventajoso para nosotros vender aquí que exportar”, dijo Stastny.

Otros expertos en vinos, como Mazey, creen que llegará el momento en que los vinos de Moravia aparezcan en las tiendas de vinos de todo el mundo.

Por el momento, los vinicultores parecen contentos con ver a los aficionados acudiendo a ellos, aun cuando muchos residentes locales dicen en broma que les gusta conservar las mejores cosechas para sí mismos.

“El rumor dice”, comenta Mazey en broma, “que los vinicultores de Moravia destinan el peor vino para la gente de Praga, en el espíritu de una tradicional rivalidad entre Moravia y Praga”.

Hana De Goeij
© 2016 New York Times News Service