Una fotógrafa siciliana de la mafia y su ‘Archivo de sangre’

PALERMO, Italia ⎯ Son por turnos espantosas, sobrecogedoras, trágicas y, a menudo, dolorosamente poéticas. En conjunto, las fotografías ofrecen un tapiz pictórico impávido de la historia siciliana reciente: su gente, su pobreza, su folclor y, sobre todo, su forzado devaneo de décadas con la mafia, o Cosa Nostra.

Lo que podría haberse perdido en la transición gradual de estas imágenes en blanco y negro de las primeras páginas de L’Ora de Palermo a una veintena de museos es que fueron tomadas por Letizia Battaglia, una mujer siciliana ⎯ hecho notable en sí mismo ⎯ durante una de las olas de delincuencia más cruentas en la historia reciente de Italia.

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Su poder radica en su inmediatez. Mientras las mafias rivales llevaban a cabo una campaña cruel y despiadada por el control de la isla a partir de fines de los años 70, Battaglia estuvo impávidamente presente, poco dispuesta a mirar hacia otro lado.

“En ocasiones, miro mis fotos y digo: ‘Estuve ahí’. Tres personas asesinadas. Las miro y pienso: ‘Qué horror, tres personas asesinadas’”, dijo Battaglia en una mañana reciente en su céntrico departamento de Palermo. Ahí, impresiones en gran formato de varias fotografías ⎯ incluida una de un triple homicidio ⎯ estaban reclinadas al azar contra un sofá, a la espera de ser enviadas a otra exhibición. “Ya no puedo aceptarlo”, dijo, con genuino pesar en su voz.

En años en que la palabra mafia apenas era murmurada en público, Battaglia, ahora de 82 años de edad, estaba registrando sus actividades brutales para que todos fueran testigos. En 1979, audazmente instaló fotografías enormes de las víctimas de la mafia en la plaza principal de Corleone, el dominio del clan mafioso más famoso y despiadado de Sicilia. Estaba consciente de las potenciales consecuencias.

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“Hacía exhibiciones contra la mafia, en Palermo, en las calles, en Corleone. Tenía miedo”, admitió. “He ahí, lo dije, tenía miedo. Era verdad”.

Pero el temor no la detuvo. Ni tampoco las amenazas que recibió por teléfono. Los escupitajos que siguieron cuando caminaba por las calles, las cámaras destrozadas. Una vez, recibió una carta mecanografiada anónima que le aconsejaba salir de Palermo para siempre, “porque su sentencia ya ha sido decretada”.

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“En ese tiempo, me ofrecieron un detalle de seguridad, pero lo rechacé porque habría perdido mi libertad”, dijo. “Esta era demasiado importante. Yo sentía el deber de continuar, el deber de no tener miedo”.

“Resultó todo bien al final porque no me mataron”, dijo de manera casual.

Hoy, esas imágenes se han vuelto parte del patrimonio cultural de Italia. Han trascendido sus orígenes periodísticos para reaparecer en exhibiciones de museos asó como en libros de arte de lujo. Son valoradas tanto como puntos de referencia históricos como por ser partes profundamente conmovedoras ⎯ o francamente impactantes ⎯ de la vida siciliana capturada por una observadora con un ojo especialmente agudo.

“La historia de Letizia es la historia de nuestro país, captada en fuertes imágenes cargadas de tensión, cargadas de dolor, y llenas de poesía”, dijo Margherita Guccione, quien recientemente fue curadora de una importante retrospectiva de las fotos de Battaglia en Maxxi, el museo nacional para el arte contemporáneo de Italia, con Bartolomeo Pietromarchi y Paolo Falcone. Las imágenes fueron seleccionadas de entre los archivos personales de Battaglia de unas 600,000 fotografías.

Paulo von Vacano, cuya casa editorial basada en Roma ha lanzado dos libros enormes sobre “una de las más grandes fotógrafas callejeras de todos los tiempos”, describió a Battaglia como una “heroína de nuestros tiempos”.

“Nunca me consideré una artista, y sigue asombrándome entrar a un museo y ver mi trabajo”, dijo Battaglia.

“Cuando tomé las fotos, nadie me dijo: ‘Brava’, nadie”, dijo. Simplemente había estado haciendo su trabajo, no un logro pequeño para una mujer siciliana que trabajaba en un mundo predominantemente masculino.

“Letizia fue una mujer que estaba fotografiando a la mafia durante el periodo de los años más sangrientos de su historia, destruyendo tabús. Esto la hace un personaje que va más allá de ser fotógrafa”, dijo Falcone, un cercano colaborador que el año pasado organizó “Antología”, una importante retrospectiva de sus obras para la ciudad de Palermo. “Sus fotos fueron un acto de condena. Era una fotógrafa pero más una activista”.

Battaglia tenía poco menos de 40 años, en 1974, cuando empezó a tomar fotografías de tiempo completo para L’Ora, el vespertino izquierdista de Palermo. Pero no había planeado convertirse en fotógrafa.

Casada a los 16 años, tenía tres hijas para cuando tenía 25 años y dejó a su esposo 10 años después, mudándose a Milán. Estaba trabajando como periodista cuando los editores empezaron a pedir fotografías para acompañar sus artículos. Aprendió sola, mirando a los fotógrafos a los que admiraba, como Mary Ellen Mark, Josef Koudelka y especialmente Diane Arbus.

De regreso en Palermo, Battaglia se encontró en las líneas del frente de la segunda Guerra de la Mafia, que empezó a fines de los 70 y tuvo altibajos durante una década, provocada por la incursión de mafiosos procedentes de Corleone. Cientos de mafiosos fueron asesinados en las calles, pero también fiscales, políticos y agentes del orden. Durante años, la gente compraba L’Ora para ver quién había sido asesinado el día anterior.

Ella y Franco Zecchin, entonces su pareja en la vida y en la fotografía, a menudo eran los primeros en llegar a la escena porque tenían un escáner policiaco ilegal, dijo Battaglia. “Siempre estábamos listos, limpios y aseados; en la noche, durante el día, siempre listos para correr ahí”, recordó.

“Ahora se tienen los libros, y las exhibiciones en museos”, añadió, “pero esa vida como fotoperiodista provincial fue realmente extenuante”.

Mientras veía a la mafia destruir su isla, se convirtió en una abierta proponente de la Primavera de Palermo a mediados de los 80, cuando miles de sicilianos empezaron a expresarse, incluso tomando las calles para denunciar a la mafia, junto con el alcalde de Palermo, Leoluca Orlando, quien fue reelegido recientemente para un quinto mandato no consecutivo.

Battaglia dejó la fotografía para entrar en el gobierno, primero ganando un escaño en 1985 en el Concejo Municipal de Palermo y luego participando en el Parlamento regional.

Esos días de apogeo no duraron mucho, dijo. En su mayor parte, el entusiasmo que marcó los primeros días del movimiento contra la mafia en Palermo ha dado paso a la indiferencia que aún domina ahora.

Aunque es mejor conocida por sus fotos con tema de la mafia ⎯ lo que ella ha descrito como su “archivo de sangre” ⎯, su trabajo la llevó a toda Sicilia, donde registró a los pobres de la isla, junto con los pacientes de un hospital psiquiátrico, así como a la nobleza y los intelectuales de Palermo. Como feminista que también editó una revista femenina, enfocó su lente en las mujeres sicilianas, y especialmente las niñas.

Una de las pocas fotografías que cuelgan en su departamento es de una niña siciliana que sostiene una pelota de fútbol, mirando a la cámara con ojos fascinados, y fascinantes. “El sueño de su futuro en sus ojos”, comenta Battaglia en el documental de Maresco.

Años después, Battaglia regresó al barrio en decadencia donde había tomado la foto para buscar a la mujer adulta en que se había convertido la niña, pero nunca la localizó. Quizá eso es bueno, dijo, “no creo que terminara muy bien”.

Battaglia ha enfocado últimamente sus abundantes energías en abrir el primer museo de Palermo dedicado a la fotografía, el Centro Internazionale della Fotografia.

“El centro está casi listo, casi”, dijo Battaglia con entusiasmo. Ha abordado su proyecto más reciente con su habitual determinación y valor, pero la burocracia que ha desinflado muchas de las iniciativas italianas ha estado cobrando su precio, y el centro sigue en construcción.

Cuando finalmente esté terminado, el centro albergará un archivo de fotos de Palermo, y ella pretende hacer un llamado a los mejores fotógrafos del mundo para que le envíen fotografías de la ciudad. Será un lugar de “poesía, música, conciertos y rufianes”, dijo.

“Aún tengo muchas cosas por hacer, siento una fuerza interior que no sentía cuando tenía 20, 30 o 40 años”, dijo. “Quizá me siento fuerte porque, hoy, son mi propia dueña, y esto me da fuerza. Como Napoleón”. Se rió.

Elisabetta Povoledo
© 2017 New York Times News Service