¡Vamos Ganando!

© 2016 New York Times News Service

En busca de refugio de la ráfaga de locura que sopla por el corazón del país, me fui a la percha más alta que puede alcanzarse en el parque nacional North Cascades. Necesitaba descansar del político que ha despertado los impulsos más bajos del carácter estadounidense.

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¿Qué mejor escape del lodo primordial de Donald Trump y compañía que un nido de águila alpino como en la serie “America’s Best Idea”? Aun así, el hedor de sus recientes provocaciones me siguió hasta el más remoto confín noroccidental de los Estados Unidos. Alusiones al magnicidio dirigidas a la “gente de la segunda enmienda”. Afirmaciones de que el presidente Barack Obama fundó el Estado Islámico. Congraciarse con dictadores que no vacilan en mandar asesinar a sus opositores.

Podía escuchar el ladrido de su pesimismo desalmado. “Somos un país que ya no gana nada”, afirmó una y otra vez. “¿Cuándo fue la última vez que ganamos algo?”

Pero allá a nivel de mar, cuánta alegría provoca mirar que hay tantas victorias. Sí, la historia del falso asalto contada por los nadadores en los Juegos Olímpicos es una vergüenza. Pero hay que ver el panorama general: las estadounidenses están dominando los juegos. Simone Biles, ese duendecillo de exuberancia, tiene cuatro medallas de oro en gimnasia. El equipo femenino de básquetbol está aplastando a los demás. Y una esgrimista musulmana, la primera atleta estadounidense que compite usando el hijab, llevó a su equipo a la victoria.

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Podría mencionar también que los Chicago Cubs, que ganaron la Serie Mundial por última vez en 1908, cuando Teddy Roosevelt era presidente y la gente usaba más caballos que autos, tienen el mejor récord en béisbol. (Ya sé, no hay que echarles la sal.)

Después del receso, una decisión: ¿Me atrevo a echar una mirada a las encuestas? Y he aquí que hay más buenas noticias; una victoria de naturaleza más amplia: una victoria del sentido común, de la bondad y la decencia básicas de la mayoría de la gente de esta afligida y conflictiva democracia nuestra.

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En las montañas Cascade, en el verano del centenario del Servicio de Parques Nacionales, vi oleadas de jóvenes de todos colores, en busca de escenarios dignos de “The Sound of Music” y de noches bañadas con la lluvia de meteoros de las Perseidas. Y con las encuestas más recientes, encontré la mejor esperanza de salir de esta horrible racha de trumpismo con la generación que ahora va por la suya.

Los mileniales nos van a salvar. Sí, Trump es aborrecido por la enorme mayoría de mujeres, latinos, negros, blancos con estudios superiores, católicos, judíos y agnósticos. Pero el grupo generacional más grande de todos, el formado por los nacidos después de 1980, realmente entiende el monstruo que el Partido Republicano dejó suelto por estas tierras. Y lo entienden con su sobriedad característica, como consideran que el matrimonio homosexual no es la gran cosa. Sus padres están que echan espuma de miedo por Trump. Pero los chicos están calmados, pues saben que pasará. Por supuesto, de todos modos tienen que votar.

Entre los adultos jóvenes, solo 20 por ciento dice estar en favor de Trump, según un sondeo dado a conocer esta semana. Hay más apoyo entre los mileniales para los Doritos Loco Taco en un picnic de comida natural que para el narcisista de la Torre Trump.

Y no es solo en los estados demócratas. En Texas, Trump tiene un déficit de 25 puntos entre los ciudadanos jóvenes, y una brecha de 52 puntos con los no blancos. Está siendo sepultado por la ola demográfica del futuro cercano. ¡En Texas!

La verdad, la justicia y el estilo estadounidense están prevaleciendo por todo el país. En su estado natal, Nueva York, Trump tiene solo uno de cada cuatro votos considerando todas las edades, por debajo del 35 por ciento que tuvo Mitt Romney en 2012, según una encuesta de Siena College. Tiene un promedio de 30 por ciento en California, por debajo del 37 por ciento que tuvo Romney, y más o menos igual en Colorado, donde Romney obtuvo el 46 por ciento.

La ganancia no es necesariamente para Hillary Clinton, aunque por supuesto ella es la beneficiaria. Este año están sucediendo dos cosas. Una es la elección de presidente. La otra es el rechazo _ abrumador e inequívoco _ de la incivilidad y de la peligrosa variedad de intolerancia anti-constitucional que representa Trump. La gente sabe quién es él: los dos adjetivos que más aparecen en las encuestas de opinión son “racista” y “no calificado”.

Sospecho que mucha gente siente lo mismo que Obama. “Francamente, estoy cansado de hablar de su oponente”, dijo refiriéndose al rival de Clinton. “No tengo que presentar argumentos en contra de su oponente, pues cada vez que abre la boca, él mismo presenta los argumentos contra su propia candidatura.”

Desesperado, ahora Trump está más montado en su macho de odio y falsedad, con su reciente designación de un chiflado de la extrema derecha para dirigir su campaña. Las cosas van a ponerse más oscuras, más incendiarias, más absurdas. ¿Qué más puede hacer un candidato que propuso que su oponente fuera asesinada? No lo pierda de vista. Él está alentando el colapso económico, los atentados terroristas, cualquier cosa que atice el miedo y el odio. Atenerse a los datos reales será aún menos importante para él.

Pero también hay que ver los Juegos Olímpicos para inspirarnos, y a los mileniales con su gran encogimiento de hombros. Recuerden la frase de Joe Biden en la convención demócrata: “La línea de meta nos pertenece.” Trump dijo alguna vez que íbamos a ganar tanto que nos íbamos a aburrir. Las victorias están llegando y la liviandad prevalece. En 80 días más podremos traer el aburrimiento.

Timothy Egan
© The New York Times 2016