Venga por la cerveza, quédese por las vistas

Soy un tipo bastante grande ⎯ 1.90 metros con mucha masa para absorber alcohol ⎯ pero estaba siendo particularmente cuidadoso mientras saltaba de una cervecería a otra en San Diego. Recorrer las docenas de opciones de cerveza dignas de ser probadas en esta hermosa y extendida ciudad requiere un auto, y yo estaba siendo conservador con lo que bebía. Pero esta ale clara de café Electric Youth de Thunderhawk Alements era demasiado buena. Nunca había probado una cerveza de café que supiera tan intensa y convincentemente a café. Había una dulzura en el componente a café que sabía a bayas y flores, yuxtapuesta con la malta amarga con sabor a lúpulo de la ale.

¿Todavía mejor? Un trago pequeño costaba solo 3 dólares. Las bebidas deliciosas tuvieron un papel importante durante mi viaje a San Diego, pero ciertamente no fueron lo único que disfruté. Quizá usted haya oído hablar de los atractivos de primera como el Parque Balboa y el Zoológico de San Diego, pero la ciudad también tiene una vida nocturna grandiosa, espectaculares senderos encima de acantilados, y paseos entablados y playas tan acogedores como los que se encuentran en cualquier otra parte de Estados Unidos. Mi reto: aprovecharlo todo de la manera menos costosa posible.

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El Red Fox Steakhouse and Piano Bar, partes del cual supuestamente datan del albergue inglés del siglo XVII, estaba a tiro de piedra de mi habitación. Llegué al compás de la música en vivo y me senté en una cabina, ajustando los ojos a la luz tenue y absorbiendo la atmósfera cómoda y hogareña. Dejé pasar los pasteles de cangrejo ligeramente harinosos (9.95 dólares), pero la ensalada para la cena con pan de ajo tostado (5.75 dólares) fue un platillo totalmente ganador.

Me detuve en Home Brewing Co. una tarde justo cuando estaba por cerrar (muchas pequeñas cervecerías con salas de degustación cierran temprano, desde las 6 de la tarde), pero un tipo muy agradable llamado Scott me dio un par de pruebas de la casa. Una, una porter de 10 por ciento de alcohol, era estimulante y con sabor a chocolate. La otra, una ale clara estadounidense llamad Pun Killer, sabía maravillosamente a cítricos y mango.

Me detuve para comer un plato decente de guiso de cerdo (9.99 dólares) en el BBQ Pit en Unversity Avenue antes de continuar hacia ChuckAlek Biergarten, un sitio en el Parque Norte con una gran área al aire libre. Probé la porter oscura 1850 Runner con sabor a caramelo, y la IPA Moonsomper Oat (los nombres de estas cervezas, como los de los caballos de carreras, son la mitad de la diversión). Las muestras de 142 gramos cuestan solo 2 dólares.

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El exceso de cervezas y cervecerías es casi abrumador ⎯ al parecer todos los escaparates en Parque Norte son de una microcervecería independiente o una tienda proveedora de las cervecerías. Y eso sin hablar del barrio Miramar, o la famosa “autopista del lúpulo”, una extensión de la Ruta 78 justo al norte de la ciudad con una gran concentración de cervecerías.

San Diego es considerada por algunos como la capital de la cerveza de Estados Unidos, y es “evidentemente una de las mejores comunidades cerveceras del mundo”, dijo Paul Gatza, director de la Asociación de Cerveceros.

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“La ciudad se integró con una subvención turística para el Gremio de Cerveceros de San Diego que ayudó con la promoción”, añadió Gatza, ofreciendo una teoría de por qué la comunidad cervecera en San Diego, en particular, pudo echar raíces y florecer.

Y hay algo para todos: Bottlecraft es un autodenominado curador de cervezas artesanales embotelladas. Young Hickory combina las prácticas de una cafetería y una cervecería: una sala de personas con sus laptops, que medio consumen cafeína y medio disfrutan las treinta y tantas variedades de cerveza artesanal. Incluso los locales de hamburguesas más informales, como Crazee Burger, tienen una buena selección de cervezas artesanales de barril.

Uno no vive para beber solo, sin embargo, así que otro día me encaminé a Pacific Beach para caminar a orillas del océano y respirar el aire marino. Después de disfrutar una animada caminata y comer sin esfuerzo un burrito irrazonablemente grande relleno de huevo, tocino, queso, papa y salsa picante de Kono’s Café, entablé conversación con Dennis Miller, quien ha vivido en Pacific Beach por más de 50 años. Realmente, primero noté a su loro, un perico de cuello amarillo de la Amazonia llamado Dry Rot, que fue rescatado de un barco abandonado.

“¿Ve ese lugar justo ahí?”, me preguntó Miller, señalando hacia el 710 Beach Club, un local de música en vivo al lado del Kono’s. “Yo tenía un salón de juegos de cartas ahí”. Explicó que las apuestas y los “salones de cartas” alguna vez fueron populares en san Diego pero ahora pocos seguían existiendo. Caminamos hacia el océano sobre Crystal Pier, una estructura que data de hace casi 100 años y que ahora contiene cabañas de vacaciones. El día era maravilloso, y una ligera brisa agitaba las plumas cada vez más escasas de Dry Rot (el loro tiene más de 30 años).

La belleza natural y la atmósfera informal de San Diego no se limitan estrictamente a sus playas. Point Loma se extiende hacia abajo como la trompa de un elefante desde Sunset Cliffs y se alarga al sur, abrazando a la Bahía de San Diego y un gran centro de suministros navales. En la punta del apéndice está el Monumento Nacional Cabrillo (la admisión cuesta 10 dólares por cada auto, o 5 dólares para bicicletas) y el Antiguo Faro de Point Loma, construido en 1854. Recomiendo caminar por ahí y disfrutar de las increíbles vistas del centro y otros escenarios, como el cercano Cementerio Nacional Fort Rosecrans, que es magnífico.

El verdadero deleite, sin embargo, es descender a las marismas de Point Loma y explorar estos mini universos, pasear a lo largo de los acantilados y disfrutar las vistas del Pacífico. Todos los ecosistemas florecen en las marismas, y uno puede acercarse a ellos. Se pueden ver kelp, mejillones, abulón, chitones y gusanos de castillos de arena. (Es una actividad grandiosa si lleva consigo hijos curiosos.)

Después de un casi riguroso paseo por los acantilados, era hora de compensar esas calorías perdidas con más tragos. Me reuní con mi prima Adrienne, una diseñadora de modas que creció en el área. Nos dirigimos al centro a una sala de degustaciones de Stone Brewing, una cervecería de Escondido que quizá no haya inventado la IPA artesanal, pero ha hecho tanto como cualquiera por dar a conocer al amargo estilo fuerte en lúpulo de la Costa Oeste. Compartimos una muestra de cuatro cervezas a 3 dólares cada una; la IPA Tangerine Express fue particularmente buena.

Caminamos por el Distrito Gaslamp, una popular área de vida nocturna; aunque no la favorita de mi prima, debido a “los hombres agresivos que no respetan a las mujeres”. Nos sentamos en Resident Brewing, dentro del restaurante Local, para un trago de 2 dólares de una ale rubia sabrosa y una buena saison antes de tomar un Aero Mule (una versión de un Moscow Mule, 6.50 dólares) en el encantador y tipo antro Aero Club en Middletown.

Una de mis selecciones de cerveza favoritas la probé en Border X Brewing, un especialista en cerveza artesanal mexicana en Barrio Logan. Mientras se conduce por Logan Avenue hacia la cervecería, se ven enormes y coloridos murales en el Parque Chicano; uno de ellos, que data de los años 70, dice “Varrio si, yonkes no” (sic) (¡Barrio sí, chatarrerías no!)

Border X tiene tragos de 113 gramos por solo 1.50 dólares y una hora feliz todo el día los martes con descuentos en algunas pintas. Recomiendo la profundamente roja Blood Saison, hecha con flor de Jamaica y agave; es dulce, ácida y refrescante. La stout de chocolate Abuelita, vagamente especiada y con sabor a canela, también es buena. Un chaser (o aperitivo) perfecto es una orden de tacos al vapor del restaurante Salud al otro lado de la calle (tres por 6 dólares los jueves).

Créalo o no, no he podido hacer un recuento de todas las cervezas excelentes que probé en este viaje. Mikkeler, Alesmith, la lista continúa interminable. Recomiendo que vaya a San Diego y lo experimente usted mismo; tomando descansos ocasionales de vez en cuando para disfrutar la belleza natural y dar un vistazo o dos al prístino océano, por supuesto.

Lucas Peterson
© 2017 New York Times News Service