Violencia aplaudida

Hace un año, Adal Mundo, un muchacho de 17 años colocó el nombre de Tijuana en medios nacionales y extranjeros al humillar hasta decir basta a un indigente con un lenguaje vulgar y obsceno.

Bryan Ramírez, de apenas 15, postea en facebook una foto en la que obliga a un infante de 6 a lamerle los genitales.

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Dos líneas hacen converger las conductas de Adal y Bryan: la primera, una postura de poder, de colocarse por encima del “adversario”, que la verdad un hombre de la calle y un menor no son “enemigos”, pero en la mente de ambos muchachos, son sujetos de sometimiento a los que hay que “vencer”.

En segundo plano, la difusión vía redes –youtube en el caso de Adal, facebook en el de Bryan-, de conductas “de poder”, festejadas por ciertos grupos, casi siempre por sus iguales: muchachos de las mismas edades, similares niveles sociales y escolares, porque comparten sus mismos “valores”, mejor dicho la falta de ellos, pues el término parece haber pasado a las reliquias de un museo.

Cuántas acciones se perpetran en materia de humillación de las que no vemos ni nos enteramos, precisamente porque no quedan registradas en una cámara de video o un Smartphone?

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No bastarían las líneas de un artículo para discutir el tema del poder –mejores plumas lo han hecho, desde diversas perspectivas: Freud, Weber, Nietzche, y Michel Foucault, entre otros-, pero podría agregarse otro renglón: el poder y los medios de comunicación.

Todos podemos tender al humor y a la broma, pero hay una gran distancia al hacerlo entre iguales –el que se ríe se lleva, dice una sabia frase popular-, que al hacerlo con quienes no están en las mismas condiciones de responder.
En una escalada que parece no tener reversa, el sometimiento al “otro” es la regla de oro de la televisión y de otros medios como las redes sociales del internet. La descalificación, la humillación. Mientras más dejamos en ridículo al contrario, más poderosos somos.

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Estas burlas se acercan peligrosamente a otro terreno: en México suben peligrosamente los crímenes cometidos ya no solo con violencia, sino con saña. Ya no basta solo con robar o asaltar. El delincuente se desquita de sus víctimas, del despojo que otros delincuentes han hecho de este país.

Como sociedad, galopamos por un camino en que el descrédito, la descalificación al prójimo, por su condición económica, sexual, social, y no es casual que sean jóvenes de apenas 15 y 17 años los que hacen gala del poder que les da una violencia aplaudida por muchos de sus semejantes.