Un volcán no puede detener al vino

RANDAZZO, Sicilia _ Chiara Vigo era apenas una niña pequeña en ese entonces, pero la erupción del monte Etna en 1981 está grabada en su memoria.

Sus padres cultivaban uvas, aceitunas y avellanas en aproximadamente 61 hectáreas en las laderas del Etna, cerca del río Alcántara. Una brillante cascada de lava, tan alta como un camión de 18 ruedas y tan ancha como una avenida, serpenteaba hacia la hacienda, escaldando cualquier cosa a su paso. Se dirigía directo hacia el viñedo y la casa principal de la propiedad.

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La lava se acercó a las tierras dos días después de la erupción. Vigo recuerda la sensación de impotencia cuando la familia discutía dejar todo detrás para huir a la relativa seguridad de las ciudades costeras, y todavía puede sentir el miedo ante lo que encontrarían al regresar.

De alguna forma, cuando la lava se acercaba al extremo del viñedo, hizo un giro de 90 grados y se dirigió hacia el río. Se salvaron la mayor parte del viñedo y de la casa, pero la erupción dejó una enorme pared de roca de lava negra grisácea que cortó en dos a la propiedad.

La acechante presencia de un volcán activo es un hecho simple de la vida en la región vitivinícola del Etna, como el chapaleteo del océano en una ciudad costera. Por lo común, la montaña de 3,353 metros está tranquila, con nieve en la cima y monumental, aun si emite regularmente columnas de humo.

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A menudo lanza cenizas o lava, que baja de a poco hasta detenerse en lo alto de las laderas, muy por encima de los viñedos, que llegan a estar a una altura máxima de 1,219 metros. Sin embargo, las grandes erupciones no son raras. La más reciente fue en diciembre.

Los vinicultores se ocupan de los peligros naturales a diario. El granizo, las sequías y las plagas amenazan a los cultivos y pueden causar desastres financieros y culturales. Sin embargo, un volcán puede significar la vida o la muerte.

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“Existe una relación de amor odio entre la montaña y la gente”, señaló Vigo cuando visité su propiedad a principios de junio. “Amamos al Etna. Es el centro de nuestra existencia, pero también podría ser el origen de una tragedia”.

La destrucción de 1981 obligó a la familia de Vigo a vender la mitad de la propiedad. Como la mayoría de las familias agrícolas en Etna, sus antepasados habían hecho vino y lo habían vendido a granel, a los mercaderes. Después de que murió su padre en 1987, su madre simplemente vendió las uvas. Vigo salió de Sicilia y, al final, obtuvo un doctorado en comunicaciones de masas.

En el 2007, regresó a la propiedad de la familia cerca de Randazzo, en la cara norte del Etna. Con el estímulo de Salvo Foti, el principal agrónomo y enólogo de la región, decidió hacer su propio vino.

Trabaja con su madre, Rosanna Romeo, y producen vinos delicados con la etiqueta de Romeo del Castello, que son deliciosas contrapartes de los tintos, por lo general, más fornidos, de la región.

Etna hoy está prosperando, es un símbolo del resurgimiento de Sicilia, como una región vitivinícola excitante. Los recién llegados se han ido yendo a la cara norte de la montaña, atraídos por tierra que era relativamente asequible.

Incluyen a personas como Marco de Grazia, un estadounidenses importador de vinos que estableció Tenuta delle Terre Nere en Randazzo, en el 2001; Frank Cornelissen, un amante de los vinos, originario de Bélgica, que ha estado haciendo vinos idiosincráticamente naturales en Etna desde el 2003, y Andrea Franchetti, un vinicultor toscano a quien atrajo el Etna en el 2002.

Más recientemente, se les han unido otros, como Alberto Aiello Graci, cuya familia tiene una constructora en Catania, la ciudad grande más cercana, y Anna Martens de Australia y Eric Narioo de Francia, una pareja que creó el Vino di Anna en Etna en 2010. Junto con los pequeños productores, las grandes compañías, como Planeta y Cusumano, también están comprando terrenos en Etna.

“Hace 18 años, quizá unos cinco productores embotellaron vino aquí”
contó Foti. “Ahora son más de 100”.

Con todo, Etna hace muchísimo menos vino hoy del que hacía a finales del siglo XIX. En aquel entonces, Francia, a la que había devastado la filoxera, un pulgón que depreda las raíces de la vid, empezó a comprar vino de Etna. Se sembraron aproximadamente 48,562 hectáreas de vides entonces.

Sin embargo, las filoxeras llegaron a Sicilia en los 1930 y la guerra poco después. Hoy, solo alrededor de 1,012 hectáreas están sembradas.

Para cualquiera que produzca vino en Etna, la promesa del volcán supera con creces a la amenaza. Los suelos complejos, compuestos de innumerables flujos de lava y de cenizas, combinados con uvas autóctonas, como la roja nerello mascalese y la blanca carricante, tienen el potencial de producir vinos distintivos, cuando menos. En el mejor de los casos, nadie está realmente seguro todavía qué tan buenos pueden ser.

En cuanto al volcán mismo, Graci, por ejemplo, apenas si lo piensa dos veces.

“¿Lava? No somos fatalistas”, dijo. “No nos importa. Es normal para nosotros”.

Graci llama a Etna “un lugar eléctrico, un lugar emocional, un lugar para hacer vinos elegantes y clásicos”. Al caminar por uno de sus viñedos, cerca de dos hectáreas de nerello mascalese sembradas hace alrededor de 100 años en Contrada Barbabecchi, arriba del pueblo de Solicchiata, es fácil sentir la electricidad.

El viñedo está ubicado a mil metros por arriba de la altura límite a la que puede madurar la nerello. Intercalados hay olivos y manzanos, así como aves, abejas y bichos que llenan el aire con píos y zumbidos diligentes.

“Se trata de un sitio en el que es posible tener un equilibrio entre la elegancia y la rusticidad”, dijo Graci. “Esta sensación es difícil de encontrar en alguna otra parte”.

Tal dualidad es típica de muchos vinos italianos, que pueden ser dulces y agrios simultáneamente, generosos pero austeros. La elegancia y la rusticidad pueden ser una característica singular de Etna. No obstante, encuentro que los vinos de Graci se inclinan más al lado de la delicadeza y la elegancia, que de la rusticidad.

Mucha tinta se ha derramado comparando los tintos de Etna con los de Borgoña por su elegancia y capacidad para transmitir las pequeñas diferencias en el terroir. No es una comparación que me funcione a mí.

Veo más similitudes entre las nerello mascalese y las aglianico, las mejores uvas rojas de Campania y Basilicata, igualmente abundante en suelos volcánicos. Los vinos aglianico pueden ser un poco más robustos y más firmes, pero los nerello pueden ser sorprendentemente tánicos, también. Los aglianicos tienen un historial demostrado en el añejamiento; los nerellos todavía tienen algo que demostrar.

En los mejores vinos, el poder del terroir de Etna es claro. Es posible probar su carácter sabroso y mineral en vinos tan dispares como el elegante Romeo del Castello y los de Graci, y el Vinudilice de Foti, de su viñedo Bosco, el que está a mayor altura en Sicilia, a 1,300 metros _ demasiado elevado para las uvas nerello mascalese. En su lugar, este pequeño viñedo, de más de 100 años de antigüedad, rodeado de muros de piedra, contiene uvas grenache, alicante bouschet, minella bianca y otras que todavía no se identifican.

Etna no es solo una montaña con un cráter humeante en la cima. Tiene por lo menos cinco cráteres que lanzan cenizas y lava en miles de direcciones, así como innumerables fumarolas más pequeñas. En Romeo del Castello, Vigo señaló los restos retorcidos de las vías de tren que se engulló la lava en 1981 y ahora cuelgan en el muro como una pieza de arte moderno.

Si bien la lava quemó y destruyó las vides en el límite del viñedo, Vigo señaló hacia unas cuantas que ahora están surgiendo de las rocas. De alguna forma, las raíces de unas cuantas sobrevivieron a la lava y empiezan a crecer de nuevo.

Siempre resistentes, como los sicilianos de Etna, reaparecieron en el 2014, más de 30 años después.

Eric Asimov
© 2016 New York Times News Service