Yoga con gatos

Maúllan. Atacan a las colas de caballo. Corretean con urgencia por toda la sala en búsqueda de cosas que no podemos ver.

Y aun así, los gatos son una presencia extrañamente relajante durante las clases de yoga.

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“El yoga tiene que ver con estar en el momento”, y los gatos están en el momento “todo el tiempo”, dice Amy Apgar, una de las dos instructoras de yoga de Meow Parlour, un refugio para gatos y cafetería de Lower Manhattan que, al igual que un número creciente de sitios por todo el país, ofrece clases de yoga con gatos.

Las sesiones de yoga en parte son solo para diversión, pero también atraen gente nueva que pudiera querer adoptar una mascota (los gatos a mano tienden a estar altamente disponibles).

Otras clases de yoga con inspiración animal incluyen yoga con perros, yoga con cabras y yoga con conejos. Pero el yoga con gatos se ha hecho de una reducida clientela, pero de culto.

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Meow Parlour, que cobra 6 dólares la admisión de media hora a la cafetería y entre 20 y 22 dólares la clase de yoga, generalmente sortea peticiones de turistas que quieren programar una clase durante su visita a la Ciudad de Nueva York.

En Good Mews, un refugio de gatos de Marietta, Georgia (una instalación de 511 metros cuadrados con aproximadamente 100 gatos en cualquier momento dado), es común que en las clases de yoga mensuales haya gente que repita. “Tenemos espacio para 15 personas, y acabamos de sacar de en medio los jugueteros y las cosas”, dice Nancy Riley, coordinadora voluntaria de márquetin en el refugio. “Instantáneamente, los gatos aparecen en las colchonetas de yoga”, señala.

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Al menos 40 gatos vagan durante las clases de yoga, dice Riley, mientras que otros se sientan en puntos altos y observan. “A veces, uno escoge a una persona en particular y se queda con ella durante toda la clase”, afirma. “Y algunos son mariposas sociales que se van a conocer a todos los estudiantes”, precisa.

Durante savasana, la pose final de descanso de una clase de yoga, “normalmente al menos la mitad de la gente tendrá un gato durmiendo en el pecho; simplemente es de lo más dulce”, destaca Riley.

Para Megan O’Boyle, una trabajadora social de 30 años que se mudó a Nueva York desde su nativo Wisconsin para asistir a la escuela de posgrado, el yoga con gatos es solo una forma de pasar tiempo con animales, algo que extraña de casa. Viviendo con una compañera de departamento, “necesito tiempo con animales”, señala. “A veces voy al parque de perros”, afirma. O’Boyle dice haber crecido con gatos y ocasionalmente practica yoga. Luego de una clase reciente en Meow Parlour, explica, “fue fácil hacerlo, y fue divertido tener los gatos por todas partes”.

Su compañera de departamento, Anna Ginzburg, que tiene 28 años y trabaja en finanzas, también tomó la clase. Aunque los más o menos doce gatos no se mostraron particularmente cariñosos la noche en que fue (con las clases de yoga con gatos, uno se arriesga), uno de ellos, un macho de 9 kilos que se llama Freddie Mercury, hizo sentir su presencia ahogando repetidamente a la maestra con su maullido. La instructora ocasionalmente tuvo que contener una risa.

“Es un gran alivio para el estrés”, dice Ginzburg. “Quiero seguir viviendo”, afirma.

A los participantes de las clases de yoga se les advierte que no traigan sus propias colchonetas, que probablemente registrarán daños inducidos por garras.

“Ninguna clase es igual”, dice Emilie Legrand, codueña de Meow Parlour y de una panadería afiliada, Macaron Parlour, ambas en Lower East Side. “Depende del grupo de gatos y de la hora del día”, explica. Las clases de la tarde suelen ser más relajadas, dice, porque los gatos están adormilados o simplemente observan, mientras que en las clases de la noche, cuando los gatos están anticipando la cena, tienden ser más juguetones.

En KitTea Cat Café, en San Francisco, la clase Cats on Mats se ofrece todos los miércoles a la noche y cuesta 30 dólares por persona. Típicamente hay al menos una docena de gatos, pero solo hay espacio para ocho yoguis.

“Nuestros instructores de yoga siempre incorporan la bobería e imprevisibilidad de los propios gatos”, dice Courtney Hatt, de 31 años, quien abandonó un trabajo en el sector de alta tecnología para lanzar KitTea, que sirve tés, waffles belgas, “wraps” y otra comida.

“Por ejemplo, a veces un gato usa el arenero”, subraya.

Cafeterías similares con gatos han brotado por todo el país aproximadamente durante el último año, típicamente separando el espacio de juego de estos animales del área de comida, por motivos de salubridad.

El énfasis tiende a estar menos en la comida y más en fomentar buenos ratos para la gente que necesita una dosis de gato. La participación de los gatos en las clases de yoga varía ampliamente.

“De hecho hemos tenido gatitos que se han estirado junto con la gente”, dice Hatt. “Probablemente de forma no intencional. Pero hacen un excelente perro boca abajo”, afirma.

Legrand, de Meow Parlour, dice que el elenco rotativo de gatos refresca la experiencia. “Es divertido cuando tenemos algunos gatos nuevos, y puede verse que es su primera clase de yoga, porque son muy curiosos”, destaca. “Las colchonetas de yoga son como imanes para gatos”, apunta.

Ingrid King, una “bloguera” de gatos, practica reiki, una terapia de sanación que conlleva la transferencia de energía de persona a persona o, en el caso de King, de persona a gato. Y aunque ella misma es más de pilates, dice que el yoga es bueno para todo lo felino.

“La energía de los gatos es una cosa tan maravillosa y relajante con la que rodearse”, destaca King. “Pienso que es un acompañamiento perfecto para el yoga”, agrega.

Jennifer A. Kingson
© 2017 New York Times News Service