spot_img

El fentanilo y las visas

El fentanilo: el pretexto para el autoritarismo y control social
de Trump… y la excusa perfecta para la acumulación de poder de la 4T.

En la liturgia del poder, toda crisis es una oportunidad, y toda amenaza, una coartada. El fentanilo es el nuevo fetiche de la acumulación autoritaria de poder, tanto para el Trumpismo en USA, como para la 4T en México.

Las revelaciones de narco empresas financieras, filtraciones sin confirmar de narcopoliticos, cancelaciones de visa, no hacen otra cosa que reforzar el control social, concentrar el poder y reencauzar el dinero público como lo quiere Trump; y su replicación táctica en México.

Para amboa gobiernos no se trata de vencer al enemigo, sino de sostenerlo. En los despachos de Washington y en los pasillos del Palacio Nacional se administra esta guerra como un delicado equilibrio entre caos y control, crimen y razón de Estado. No importa cuántos narcolaboratorios se derriben, cuantos criminales se detengan; el flujo va a continuar. No se ha cambiado la lógica histórica de USA, el narco se regula, no se elimina.

En politica el principio básico es este: el enemigo no debe ser derrotado, sino administrado.

El enemigo siempre es necesario.
En la narrativa estadounidense, México ha mutado del vecino incómodo al narcoestado funcional, útil para fines internos de Trump. La cancelación de visas a políticos y empresariosby sus familias, las filtraciones sobre bancos lavadores de dinero, los informes que vinculan a instituciones financieras mexicanas con el fentanilo chino, todo encaja. No hay necesidad de invasión militar cuando se puede imponer una nueva arquitectura del miedo con simples listas negras y sanciones selectivas.
Esta narrativa aumentará hasta que Trump logre su objetivo, que es tener una 4T servil y a modo. Sería iluso creer que no abrá políticos y empresarios que no vayan a las presiones de los Estados Unidos.

Para la DEA, para el FBI, para los halcones del Capitolio, el enemigo ideal no es el que resiste, sino el que se arrodilla lo suficiente sin dejar de sangrar. Eso quiere Trump del gobierno mexicano.

Pero esta es una dinámica perversa.

Trump presenta la excusa perfecta.

El discurso de EEUU del enemigo exterior permite una reconfiguración interna del poder a favor del mismo poder.
No es una ayuda a los conservadores o neoliberales, no está en la agenda de Trump el cambio de régimen mexicano.
Pero en nombre de la lucha contra el fentanilo, el Poder sólo puede endurecer la vida pública mexicana, aumentar los controles financieros, cobrar más impuestos, vigilar la disidencia, controlar a los periodistas o castigarlos. El poder no tiene Partido, tiene naturaleza y domina a quien lo posee.

La narrativa desde USA obliga a que en México no haya espacio para el matiz, se está con el gobierno nacionalista o con los extranjeros.
Y todo aquel que objete esta nueva moral sintética, será acusado, tarde o temprano, de complicidad.

El enemigo da el equilibrio que busca Trump

La guerra de Trump contra el fentanilo no busca la victoria, sino la estabilidad del régimen. Distraer la crisis de opiodes de sus propias farmacéuticas, la inflación norteamericana, el surgimiento de un mundo multipolar donde China y Eurasia le disputan la hegemonía mundial, el control de la hasta hace poco, la única divisa comercial del mundo que era el dólar, y lo más grave para Estados Unidos, hasta hoy y no por mucho tiempo, todas las transacciones mundiales de dinero digital pasan por un sistema financiero digital norteamericano y físicamente localizado en un pueblo de la costa del Pacifico. México y sus inmigrantes son el enemigo distractor de los problemas domésticos de Trump.

Para los intereses de Estados Unidos, una paz verdadera en México, basada en justicia social, subsidios de bienestar, reducciónde jornadas laborales, tiempo libre para la clase trabajadora, control de armas y cooperación real binacional, resultaría subversiva, peligrosa, inadmisible.

La guerra de Estados Unidos contra el fentanilo en realidad lo es contra la jornada de 40 horas en maquiladoras y transnacionales, contra el aumento de salarios mínimos, contra mayores vacaciones, y hasta con la apertura de playas privadas para el turismo anglosajón. Eso son los verdaderos enemigos, ver bajitos y morenitos en las playas paradisíacas de las costas mexicanas.

Pero al poder mexicano y su naturaleza de avanzar y controlar le plantea un dilema entre sus principios racionales y su instinto canibal.

Una sociedad en calma piensa, exige, se organiza. En cambio, una nación bajo sitio acepta silencios, renuncias y estados de excepción.

Así el narco ya no es sólo enemigo del Estado. Es el otro rostro del poder, aquel que ayuda a gestionar mayores mecanismos de control, a financiar campañas, a disciplinar comunidades.

La narrativa de Trump es paralela, útil para que el oficialismo conserve su poder.

Es el doblepensar orweliano.

Mientras Estados Unidos acusa a México de exportar muerte, mientras es su industria de armas la que alimenta a los cárteles, y sus farmacéuticas las que crearon la epidemia de opioides, mientras ellos demandan y pagan las drogas y corrompen a sus policías, en México se lava y se gasta esos dólares, y hasta se transfieren a China. México denuncia intervención, pero permite que agentes estadounidenses operen sin rendición de cuentas en territorio nacional. Ambos países sostienen, simultáneamente, discursos incompatibles… y se los creen. Es una realidad orweliana. Es el doblepensar en su forma más cínica, saber que se miente y, aun así, repetir la mentira hasta convertirla en norma. ¿No es esa la verdadera naturaleza de todo régimen en guerra perpetua?

Este doblepensar abrió la puerta a un nuevo orden judicial mexicano.

Y mientras los reflectores apuntan a los decomisos de droga y los golpes espectaculares al narco, a narcos mexicanos como testigos protegidos con todo y familias en Estados Unidos, el verdadero blanco era el Poder Judicial, tanto en México como en EE.UU.

Pero ahora el entrenamiento nacional es ver tiemblar a politicos ante la sospecha de tener una visa cancelada o una cuenta congelada. El pueblo en ambos lados de la frontera va aplaudir cada visa revocada como un gol de su selección en el mundial. Habrán festejos y carnes asadas.

El fentanilo es mortal, pero no para el poder. Lo que envenena cuerpos, oxigena instituciones. Lo que destruye comunidades, fortalece presupuestos de seguridad, alimenta campañas políticas, permite pactos secretos, ofrece enemigos que legitiman al gobierno y su acumulación de poder de políticos.

Como ejemplo en México, por primera vez en la historia ya no es más importante el Secretario de Gobernación en la política interna, ahora lo es el de Seguridad Pública. Y es obvio a donde conduce esa acumulación de poder, a menos, claro está, que Trump le cancelé la visa.

La guerra contra el fentanilo o cualquier otra droga que surja o resurja, no será ganada, porque fue diseñada para no terminar. Es la nueva gramática del orden: disciplinar a los pueblos mediante el miedo químico y la represión jurídica.

El poder no teme a la muerte; la necesita. Y quien controla la guerra, controla la paz. En esta batalla, el ciudadano común es apenas un daño colateral. Pero el poder, ese sí, se mantiene sobrio… y devorando.