Aunque menos visible que la contaminación atmosférica y acústica, sus impactos en la salud son significativos.
La contaminación lumínica, una realidad global que afecta a las grandes urbes desde hace tiempo, es generada por fuentes artificiales de luz con alta intensidad.
La emisión de luces intensas provenientes de anuncios espectaculares, pantallas de televisores, computadoras y celulares altera la secreción de melatonina, la hormona responsable de regular nuestro ciclo sueño-vigilia. Esta exposición nocturna a fuentes luminosas intensas inhibe la producción de melatonina, dificultando conciliar el sueño y generando trastornos del estado de ánimo durante la vigilia.
Además, la exposición excesiva a la luz en la noche puede desencadenar trastornos del sistema nervioso autónomo, como hipertensión, obesidad y diabetes, e incluso aumentar el riesgo de cáncer. La desorganización del reloj biológico interno por la sobreexposición a la luz nocturna puede desencadenar desajustes en las funciones corporales coordinadas por el tiempo.
La conexión entre la alteración de los ritmos circadianos y la expresión genómica vinculada al ciclo celular sugiere una relación entre la contaminación lumínica y el desarrollo del cáncer. En conjunto, el exceso de luz nocturna puede llevar a desequilibrios en la salud física y mental, afectando desde el ciclo de sueño hasta la propensión a diversas enfermedades.
Con información de El Universal