
Entre la dignidad del pueblo y la miopía del poder
Mientras las Secretarías de Economía diseñan estrategias desde salas climatizadas, y las oficinas de comercio ambulante envían inspectores con libretas de multas pretexto para extorsionar, o la Secretaría del Trabajo tolera falsos lideres sindicales cobradores de piso, en las calles de Mexicali, Tijuana o Ensenada —como en todo México— sobreviven y se reinventan personas que le sobra voluntad y dignidad para llevar sustento a sus hogares.
Son personas de estratos vulnerables que elijen el camino del trabajo y auto emprendimiento como formas de ganarse la vida con legitimidad honrada.
Es la economía popular, mal llamada desde el neoliberalismo como “informal”.
Pero no es solo informalidad. No es delito. No es un estorbo.
Es economía del bienestar, hecha con manos humildes, organizada por necesidad y sostenida por una lógica distinta a la del capital.
Quien no ha caminado un tianguis fronterizo no entiende a Baja California.
Aquí no solo se produce y se compra, se cruza, se recicla, se comparte y se adapta.
El comercio ambulante callejero son incluso paseos familiares, donde desayunar, adquirir mercancías y convivir.
Es un ecosistema del bienestar.
Pero es un ecosistema de la dignidad humana bajo ataque de servidores públicos, policías municipales en Tijuana coludidos con gruas que se dedican a remolcar vehículos que nunca llegan al corralón y cobran por liberación expres.
Este ecosistema del bienestar amenazado es único en el mundo.
Desde California llegan autos usados, ropa de segunda, electrodomésticos aún útiles, herramientas, materiales, juguetes, etcétera. Y llegan también los salarios y remesas de quienes trabajan allá, pero consumen aquí. Eso sostiene cientos de miles de hogares. Eso sí es economía del bienestar.

Pero en vez de entender esta realidad cultural y económica con inteligencia política, el gobierno suele verla con sospecha.
Se habla de “desorden”, “comercio ilícito”, “competencia desleal”.
Las oficinas públicas operan bajo una lógica punitiva, como si su tarea fuera extorsionar al vendedor, inmovilizar al mecánico de banqueta, o cobrar piso con uniforme. Todo con el lenguaje tecnocrático del “ordenamiento urbano”.
¿Y la izquierda? ¿Y la 4T?
Con tristeza lo digo: en muchos gobiernos de Morena, se gobierna como si fueran panistas.
Se privilegia el orden, pero no la justicia; se impone la ley, pero se olvida al pueblo. Lo peor, la corrupción del servidor público de a pie, policías e inspectores, no se fue, sino que se volvió más cinica.
Sólo replican el modelo panista neoliberal, uno que ve en el pueblo un problema a contener, no personas con dignidad que urge empoderar.
Con la llegada de Morena a los gobiernos municipales es tiempo de un nuevo paradigma económico.
Uno que entienda que el mercado no se reduce a los centros comerciales ni a los parques industriales.
Uno que reconozca que en las banquetas también hay economía, pero con rostro humano. Personas que requieren empatia, equidad, no solo orden.
La izquierda gobierna para el pueblo, no para el capital.
El gobierno de ma 4T no exije “formalizar” sin dar nada a cambio, ni crédito, ni capacitación, ni seguridad social, ni seguridad pública y protección de malos servidores.
La economía del bienestar debe ser vista como un sistema de producción, distribución y consumo alternativo, donde el lucro no es lo central, sino la vida digna, la cooperación, la resiliencia comunitaria, la justicia social con equidad, el bien común de los menos comunes.
La economía del bienestar está compuesta por mercados populares, changarros familiares, talleres informales, redes de ayuda mutua, cooperativas, migrantes emprendedores y mujeres jefas de hogar que venden desde casa o en la calle para sostener a su familia.

¿Por qué no hay políticas públicas que promuevan el emprendimiento social y popular de personas pobres?
Los pobres no son enemigos del Estado. Son la razón por la que el Estado aún tiene sentido de existir.
¿Cuándo se perdió el sentido de “primero los pobres”?, o mejor dicho, ¿quiénes lo perdieron?
Si queremos una verdadera transformación, no podemos gobernar al pueblo como si fuéramos sus depredadores.
Debemos escuchar, organizar, invertir y aprender de él.
Reconocer su economía no como un residuo del atraso, sino como una alternativa viva frente a un modelo formal que excluye más de lo que incluye.
Es en esa calle donde aún late el sentido original de la justicia social.
La 4T en Baja California debe recuperar su espíritú, tiene que empalizar y colaborar con el pueblo. No para imponer. Sino para servir.