La sonrisa del poder y la soledad de la protesta

Este fin de semana en Tijuana no hubo debate político. Hubo escenificación, espectáculo, la política vuelta banalidades ante una sociedad frivola y cinica.

Por un lado, Marina del Pilar, la gobernadora, montó un acto multitudinario, desquició el transito vehicular en la popular Mariano Matamoros. Más de 20 mil personas fueron transportadas en camiones desde colonias de Tijuana y Mexicali, con comida y bebidas incluidas. En la unidad deportiva, bajo su voz y su sonrisa, el espectáculo del poder tuvo lugar. El discurso de la gobernadora altamente emotivo y egocentrista.

Simultáneamente, la oposición intentó replicar la carne asada masiva de Mexicali. En el Centro de Gobierno apenas llegaron dos mil personas. Mientras la explanada de gobierno humeaba carbón pancartas y timidas consignas contra la gobernadora, la narrativa se desplazaba a la unidad deportiva: aplausos, euforia, y una gobernadora sonriente, radiante, incansable, jovial, empoderada.

Lo ocurrido el sábado en la Mariano Matamoros es la reafirmación simbólica del poder. Marina del Pilar la reactivó porque siente el desgaste de legitimidad en su desempeño, pero aún tiene control de recursos públicos y estructura territorial.

El Sistema sabe que la movilización sustituye la deliberación política. Se convoca a los ya convencidos y se neutraliza el espacio público mediante saturación emocional. Antrinchera preferencias, desactiva inconformidades.

El evento fue impecable. Marina del Pilar no solo habló: se mostró, se placeó. Su cuerpo fue el mensaje. Sonriente, accesible, cariñosa. La gobernadora se hizo imagen, gesto, símbolo. Acompañada de porras, abrazos y videos, se construyó un relato de conexión emocional con el pueblo. La audiencia no vio un informe de gobierno, vio una representación del cariño, claro que fue cuidadosamente producida.

Podemos decir que el poder no sólo se ejerce, se representa.

Lo importante no fue la política, sino su escenografía. Lo que importa no es que se gobierne bien, sino que parezca que el pueblo ama a quien gobierna. La Tijuana de los desaparecidos, de los asesinatos, de los cobros de piso, las extorsiones, el trasiego de drogas, la prostitución, la trata de personas, es una sociedad de cínicos, de antros, de restaurantes, de glamur, de centros comerciales, de mansiones y de viviendas en cartón. De obreros, comerciantes, de sicarios, traficantes. Tijuana no busca igualdad, busca en lo individual ascender en la escala clasista local.

Por eso Tijuana resultó ideal para la reivindicación popular de Marina del Pilar.

En esta tierra, el retiro de la visa a la gobernadora y su esposo Carlos Torres podría minimizarse con más “pan y circo”.

Y es que el espectáculo no es una herramienta del poder: es el poder.

Pero la reflexión obliga a entender que cuando un gobierno necesita aplaudirse a sí mismo con tanta intensidad, suele ser porque algo más profundo ya no funciona.

En una multitud organizada, con camisetas, transporte, comida, y música, el juicio individual se disuelve. La masa responde al tono dominante: aplaude cuando todos aplauden, sonríe cuando ve sonreír. Es un momento de catarsis inducida, de pertenencia artificial.
Así se impone una narrativa. No por razón, sino por saturación.

Mientras tanto, del otro lado, los inconformes quedan reducidos a minorías dispersas, incapaces de contagiar ánimo colectivo.

La oposición no logra articular un discurso que trascienda la protesta ritual. La carne asada se enfría cuando no tiene carbón. El enojo se dispersa cuando no tiene conducción.

Pero no todo aplauso es respaldo. No toda sonrisa es confianza.

El espectáculo del poder puede llenar una plaza, pero la legitimidad se construye en la conciencia, no en el aplausómetro.

Y a veces, lo que inicia como una brasa aislada puede, con el tiempo, incendiar toda la escenografía.